SOMBRAS A LA SOMBRA DE LAS CÁRCELES
El programa preventivo contra el suicidio que se aplica desde hace año y medio en las cárceles de Villena y Fontcalent ha permitido hacer seguimiento a 200 presos e impulsar la figura del «sombra», que vigila las 24 horas al compañero de celda para que no se quite la vida
La misión de Damián es dar esperanza a quien la ha perdido, mostrar la luz a quien sólo ve oscuridad y, sobre todo, evitar que el preso que ha tocado fondo decida acabar con sus problemas quitándose la vida. «Ayudar a los demás en situaciones tan extremas es lo más grande que me ha tocado vivir aquí dentro, es una experiencia que te hace sentir útil y que no voy a poder olvidar jamás», dice Damián. Él está muy orgulloso de ser un «sombra» pero prefiere preservar su identidad. Tiene 55 años y es uno de los 26 internos que colabora actualmente con el Programa de Prevención de Suicidios (PPS) de la cárcel de Villena –Alicante II– vigilando las 24 horas a compañeros en situación de riesgo de suicidio.
«No los dejamos solos ni un minuto porque justo ese minuto que bajas la guardia es el que ellos aprovechan para intentar quitarse la vida», explica este ordenanza destinado en Enfermería. Recuerda que hace justo un año el segundo «sombra» del departamento libró de una muerte segura a un interno depresivo de 37 años. Había planeado su suicidio sin dar ningún síntoma previo. Durante meses fue cortando trocitos de sábana con una cuchilla que escondía en la boca. Así consiguió hacerse una cuerda. Una madrugada se levantó con sigilo de la cama para ir al baño y allí lo encontró el «sombra» colgado ya en el soporte metálico del grifo de la ducha. Su rápida actuación le salvó la vida y ahora el suicida sigue en la prisión, ha superado sus problemas y está perfectamente integrado. Por eso los Internos de Apoyo, los IA en terminología penitenciaria, reciben cursillos de formación en la cárcel y suelen trasmitirse sus experiencias los unos a los otros. Incluso intercambian pequeños trucos como eliminar cualquier objeto peligroso de la celda, no dejar nunca que la puerta del aseo se cierre del todo o proporcionar puntualmente la cuchilla de afeitar al recluso en situación de crisis. También han aprendido a distinguir los momentos de mayor peligro. «Cuando alguien que ha estado mucho tiempo hundido cambia de actitud, se muestra alegre de repente y comienza a regalar sus pertenencias a los compañeros de módulo es cuando nos ponemos en máxima alerta –explica– porque esa conducta se suele dar pocos días antes del suicidio».
A Damián le cayeron nueve años de condena por un asunto de drogas y en los dos que lleva ejerciendo las tareas propias de un Interno de Apoyo ha prestado ayuda psicológica a más de 20 reclusos, con cada uno de los cuales ha permanecido una media de dos semanas.
Ha compartido celda con los presos más mediáticos. El último ha sido el veinteañero de L´Alfás del Pi acusado de asesinar a su hermana. Con él estuvo tres semanas, en mayo, hasta que evolucionó favorablemente y fue trasladado al módulo de Jóvenes. «De quienes llegan aquí por vez primera nueve de cada diez están arrepentidos. Vienen con miedo, vergüenza y necesitan hablar, llorar, desahogarse y nosotros hacemos de psicólogos, los escuchamos, intentamos ayudarles, les damos consejos, evitamos que se dejen llevar por los malos pensamientos y, sobre todo, tratamos de ser esa mano amiga que tanto se necesita cuando uno está en lo más profundo del pozo, separado de su gente y de su mundo», añade Damián puntualizando que un buen «sombra» es, ante todo, un buen compañero y jamás revela las confidencias que se hacen durante las largas noches de vela en la celda o en los rutinarios paseos por el patio.
En su opinión el Programa de Prevención de Suicido tiene una «enorme importancia» y está evitando muchas muertes en la cárcel. Pero si de su experiencia como «sombra» tiene que destacar algo se queda con el cariño que ha recibido de muchos de los presos a los que ha ayudado nada más ingresar en la cárcel. «Ahora están en otros módulos y cuando coincidimos en actividades comunes me saludan e incluso los hay que lloran recordando los momentos tan duros por los que tuvieron que pasar siendo yo su mayor apoyo. Algunos, los más jóvenes, han llegado a decirme que soy como un padre para ellos y sus familias me han enviado cartas de agradecimiento que guardo como un tesoro», relata con la voz entrecortada mientras visitamos las pulcras celdas de observación.
La conducta suicida es uno de los problemas más graves de la Institución Penitenciaria en el ámbito europeo y España no es ajena a una dinámica negra de especial incidencia en las prisiones al tener que recibir a los grupos sociales con mayores tasas de suicidio. Siendo consciente de que «velar por la vida, la integridad y la salud de los internos» es uno de los pilares de la Ley Penitenciaria, la directora general de Prisiones ha demostrado una especial sensibilidad con esta problemática. Un reto personal para Mercedes Gallizo que le ha llevado a impulsar programas más eficaces para la detección, prevención y seguimiento de las conductas suicidas o autolíticas en todas las cárceles del país. El trabajo desarrollado ha dado sus frutos y en apenas cuatro años ha conseguido reducir este tipo de muertes a casi la mitad. Y en este contexto la prisión de Villena, Alicante II, es un claro ejemplo del esfuerzo que está llevando a cabo la dirección del centro para localizar los casos de riesgo y evitarlos a través de la aplicación del Programa de Prevención de Suicidios, el PPS. Una pormenorizada metodología que exige la participación y máxima atención de los funcionarios, supone un exhaustivo estudio de los penados y conlleva un seguimiento de casos que puede prolongarse años.
En este protocolo es fundamental la aportación de los subdirectores Médico y de Tratamiento, Samuel Andújar y Francisco López, bajo la supervisión del director Feliciano Crelgo, que ha elogiado la labor de Gallizo «por haber dado carácter prioritario a esta problemática y haber conseguido que en estos momentos España tenga la tasa más baja de suicidio penitenciario de toda Europa».
Pero el éxito de la medida, que ha logrado reducir a dos el número de suicidios consumados en la cárcel de Villena durante siete años de actividad, tiene mucho mayor alcance si se tiene en cuenta que la administración penitenciaria ha conseguido involucrar en el programa a los propios reclusos. Prueba de ello es que en la prisión de Fontcalent están colaborando con el PPS 10 presos y en la de Villena hay 26 que pueden ser «activados» en cualquier momento. Todos ellos han atendido en el último año y medio 200 casos: 98 del Psiquiátrico de Fontcalent donde, por razones obvias, no hay ningún Interno de Apoyo y 47 en Alicante II, que cuenta con dos IA por módulo para cubrir tres tipos de funciones. Pueden ser simples compañeros de celda o estar siempre junto al recluso en situación depresiva en actividades no comunitarias y en horas de cierre pero, en los episodios más extremos, llegan a vigilarlo las 24 horas del día para prestarles ayuda moral y, sobre todo, para evitar cualquier conducta suicida. Los «sombras», un apelativo acuñado por la propia dirección general y que define muy bien su papel, son la mano amiga en un entorno hostil. A cambio de su labor reciben beneficios penitenciarios –permisos y comunicaciones– e incluso recompensas económicas que pueden superar los 200 euros mensuales durante el tiempo en el que prestan sus servicios. Pero no todos los presos pueden ser Internos de Apoyo ni todos quieren serlo simplemente por el dinero o por disfrutar de una serie de ventajas. El requisito indispensable es querer ayudar a los demás pero también han de formarse y cumplir una serie de condiciones que demuestren que están limpios y que el comportamiento, la actitud y la capacitación es la adecuada. Deben convertirse en ángeles de la guarda y saben que no es tarea fácil porque no están precisamente en el cielo.
La idea de quitarse la vida ronda la cabeza de muchos presos. El mazazo psicológico que supone la detención y el encarcelamiento –sobre todo entre primerizos y personas sin antecedentes–, el impacto que se deriva de sus acciones y que termina siendo conocido por todos los reclusos aunque impere la ley del silencio, así como el estrés del día a día entre rejas puede minar los resortes mentales de los internos más vulnerables. El tipo de delito cometido, sobre todo los sexuales, violencia familiar y homicidio, debilita el equilibrio emocional desde el inicio hasta el final de la condena. Sólo los psicópatas y los fanáticos pueden llegar a mostrarse insensibles. La misma sensación de desamparo y desprecio por la vida también la causa la pérdida de los lazos familiares y del medio social del que se procede, la ruptura sentimental, el descubrimiento de una enfermedad grave o incurable, el aumento de la condena, el traslado a aislamiento o el fallecimiento de algún familiar. Pero en esta lista tienen un especial protagonismo los ladrones de guante blanco: el abatimiento que a los delincuentes económicos les produce ver rebajada su lujosa vida y su prestigio social al modesto y rutinario régimen penitenciario puede generar en ellos el deseo de quitarse de en medio lo antes posible. A todas estas causas de riesgo hay que añadir las toxicomanías, las relaciones conflictivas y el factor estacional ya que las tendencias autolíticas aumentan en Navidad y verano. Pero también el preso «taleguero», el que lleva muchos años de condena a sus espaldas sin haber precisado ayuda, puede «meterse en el túnel» –como se dice en el argot carcelario– en cualquier momento y necesitar ser incluido en el PPS. Aunque resulte paradójico, la proximidad de la excarcelación también supone para muchos una situación de crisis, que puede llevarles a atentar contra su vida por el temor a lo que pueden encontrarse al otro lado del muro. Las medidas preventivas abarcan desde la retirada de materiales de riesgo de la celda, vigilancia especial de los funcionarios, consulta psicológica, mayor acceso de las comunicaciones, participación en actividades ocupacionales, deportivas y de tiempo libre como pintar murales o fomentar el estudio hasta el tratamiento médico, la inmovilización terapéutica, la derivación al psiquiátrico o la ubicación en una celda especial de observación. Acciones que se pueden complementar con la asignación de un Interno de Apoyo y que son revisadas periódicamente por la Junta de Tratamiento valorando los informes de médicos, psicólogos, psiquiatras, educadores, trabajadores sociales y funcionarios de vigilancia. Porque de lo que se trata, en definitiva, es de salvar vidas
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