EL 'ALAKRANA' SACA A LA VICEVOGÜE DE SUS CASILLAS...
EL GOBIERNO perdió ayer los nervios en el Parlamento al ser interpelado por la gestión del secuestro del Alakrana. La tensión llegó al punto de que la vicepresidenta De la Vega acusó al PP de no dudar «en ponerse del lado de los piratas» con tal de sacar «rédito» político. Esta acusación, que la vicepresidenta se negó a retirar incluso horas después del calentón, es manifiestamente injusta. Cuando Soraya Sáenz de Santamaría le exigía explicaciones y la asunción de responsabilidades por ser ella quien coordinaba el gabinete de crisis montado tras el secuestro del pesquero, no hacía más que cumplir con su deber de ejercer la labor de oposición. Y en el caso del Alakrana hay muchas explicaciones que dar.
Si todo se hubiera hecho tan bien como ha defendido De la Vega e incluso el presidente Zapatero, ¿por qué la ministra de Defensa manifestaba ayer mismo que el Gobierno «va a aprender lecciones» de cara al futuro?
El Ejecutivo ni puede pretender convertir la humillante victoria de los piratas en un triunfo de España -y ahí están la juerga y las ocho bodas que ayer mismo celebraron los secuestradores en Haradhere para desmentirle-, ni puede responder con palabras gruesas y aspavientos a sus graves errores. El Gobierno se equivocó al traer a los dos piratas capturados a España y también al explorar piruetas judiciales para devolverlos; falló en la comunicación con las familias, que así lo denunciaron; y mostró su absoluta descoordinación cuando los ministros empezaron a señalarse entre sí como responsables de lo ocurrido, hasta que la propia De la Vega tuvo la enterza de asumirlo ella. El resultado final es que se ha acabado pagando el rescate más alto por un pesquero en Somalia y que no se ha podido capturar a ninguno de los más de 60 piratas que retenían a la tripulación.
La propia persecución de los secuestradores genera muchas dudas que el Gobierno está en la obligación de disipar. Es difícil entender que transcurridos 47 días, la Armada no fuera capaz de diseñar una operación para capturar siquiera a alguno de los piratas para el momento en el que concluyera el secuestro, sobre todo teniendo en cuenta la ventaja de contar con unos medios infinitamente mejores que los suyos.
Esas dudas no se disipan tras escuchar los testimonios del capitán del atunero, que ha sostenido que durante la liberación del barco «no hubo disparos por parte del Ejército español», o la manifestación de uno de los piratas a EL MUNDO, asegurando que nadie abrió fuego sobre ellos, contrariamente a lo dicho por el jefe del Estado Mayor de la Defensa. Por supuesto que merece mucha más credibilidad la relación de hechos que ofrece el general José Julio Rodríguez, pero el Gobierno tiene muy fácil disipar cualquier sospecha. De la misma manera que la Armada grabó en vídeo cómo ofrecía escolta al Alakrana, debe de tener imágenes de la persecución de los piratas.
También suscita estupor la explicación oficial de que fue imposible detener a los piratas al desembarcar, pues nada más llegar a la playa se mezclaron con la población. Lo cierto es que la ciudad queda varios kilómetros tierra adentro y esa zona de costa no está poblada.
En definitiva, se han cometido tantos fallos y quedan aún tantos interrogantes por resolver, que lo último que debería hacer el Gobierno es colgarse medallas, y menos aún arremeter contra la oposición y llamarse andana cuando le piden cuentas. Una vez celebrada la liberación de los marineros ha llegado el momento de dar explicaciones y de asumir responsabilidades
EL MUNDO.es
Si todo se hubiera hecho tan bien como ha defendido De la Vega e incluso el presidente Zapatero, ¿por qué la ministra de Defensa manifestaba ayer mismo que el Gobierno «va a aprender lecciones» de cara al futuro?
El Ejecutivo ni puede pretender convertir la humillante victoria de los piratas en un triunfo de España -y ahí están la juerga y las ocho bodas que ayer mismo celebraron los secuestradores en Haradhere para desmentirle-, ni puede responder con palabras gruesas y aspavientos a sus graves errores. El Gobierno se equivocó al traer a los dos piratas capturados a España y también al explorar piruetas judiciales para devolverlos; falló en la comunicación con las familias, que así lo denunciaron; y mostró su absoluta descoordinación cuando los ministros empezaron a señalarse entre sí como responsables de lo ocurrido, hasta que la propia De la Vega tuvo la enterza de asumirlo ella. El resultado final es que se ha acabado pagando el rescate más alto por un pesquero en Somalia y que no se ha podido capturar a ninguno de los más de 60 piratas que retenían a la tripulación.
La propia persecución de los secuestradores genera muchas dudas que el Gobierno está en la obligación de disipar. Es difícil entender que transcurridos 47 días, la Armada no fuera capaz de diseñar una operación para capturar siquiera a alguno de los piratas para el momento en el que concluyera el secuestro, sobre todo teniendo en cuenta la ventaja de contar con unos medios infinitamente mejores que los suyos.
Esas dudas no se disipan tras escuchar los testimonios del capitán del atunero, que ha sostenido que durante la liberación del barco «no hubo disparos por parte del Ejército español», o la manifestación de uno de los piratas a EL MUNDO, asegurando que nadie abrió fuego sobre ellos, contrariamente a lo dicho por el jefe del Estado Mayor de la Defensa. Por supuesto que merece mucha más credibilidad la relación de hechos que ofrece el general José Julio Rodríguez, pero el Gobierno tiene muy fácil disipar cualquier sospecha. De la misma manera que la Armada grabó en vídeo cómo ofrecía escolta al Alakrana, debe de tener imágenes de la persecución de los piratas.
También suscita estupor la explicación oficial de que fue imposible detener a los piratas al desembarcar, pues nada más llegar a la playa se mezclaron con la población. Lo cierto es que la ciudad queda varios kilómetros tierra adentro y esa zona de costa no está poblada.
En definitiva, se han cometido tantos fallos y quedan aún tantos interrogantes por resolver, que lo último que debería hacer el Gobierno es colgarse medallas, y menos aún arremeter contra la oposición y llamarse andana cuando le piden cuentas. Una vez celebrada la liberación de los marineros ha llegado el momento de dar explicaciones y de asumir responsabilidades
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