La prisión de La Torrecica se planteó desde sus inicios, en 1981, como una pequeña ciudad y así sigue, con el mismo trasiego de una urbe e, incluso, con la falta de espacio endémica de las metrópolis. Se nota que han pasado tres décadas por ella. El ladrillo cara vista, el suelo de terrazo y el propio ambiente la hacen vieja y desgastada, pero también más humana, porque sus paredes se han pintado con murales en color y los cuadros de los internos hacen más llevaderos los interminables pasillos.
La actividad en el centro es frenética desde las siete y media de la mañana, ya que, aunque entre rejas, el que no estudia, trabaja. No paran las cocinas, la escuela, la enfermería, el gimnasio o los talleres.
Aunque la prisión se construyó para albergar a 130 internos, en la actualidad, el centro acoge a 338 presos, 80 de ellos en régimen abierto. Su retrato es el de un hombre, de entre 35 y 45 años; condenado por tráfico de drogas o por robos; de orígenes humildes y pocos estudios. El perfil del interno albaceteño difiere mucho del de otras zonas de España, de ahí que se haya podido abrir un módulo de respeto, es decir, un espacio con mayor libertad donde los presos dan a diario una lección de convivencia. No hay que olvidar que La Torrecica abre sus puertas a diario a más de una docena de onegés, a instituciones, asociaciones y empresas. No se considera una cárcel porque es un centro abierto a Albacete.
Un preso vive entre rejas porque tiene que cumplir un castigo basado en la privación de libertad. Quien ve la cárcel desde fuera, sin saber qué hay dentro, puede quedarse en el frío pensamiento: «están ahí porque se lo merecen». Pero no hay que olvidar que estas personas ingresan en prisión para su reinserción social, para que la sociedad les perdone y les dé una nueva oportunidad. De hecho, los propios funcionarios reconocen que la mayoría de los habitantes de La Torrecica son víctimas del entorno marginal en el que han crecido, el que les lleva también, cuando vuelven a la calle, a reincidir.
El centro penitenciario de La Torrecica no tiene nada que ver con las leyendas urbanas. La palabra cárcel se ha borrado de su vocabulario y su director, Antonio Muñiz, aspira a que en el futuro los presos tengan habitaciones y no celdas. Es él quien se ha preocupado de que La Torrecica mantenga su relación con Albacete, con sus distintas confesiones religiosas, asociaciones e instituciones.
Sobreocupación
Hoy en día el gran problema sigue siendo la sobreocupación. La mayoría de las celdas acoge a dos presos, pero las hay con cuatro y hasta con seis. La falta de espacio obliga a que las duchas sean comunes, lo que no ocurre en los nuevos centros penitenciarios.
Muñiz llegó a Albacete en 1991, pero recordaba a este diario que La Torrecica supuso una auténtica revolución frente a la vieja cárcel del Puente de Madera, aquella que se construyó donde ahora se encuentra la Comisaría de la Policía Nacional. Se pasó de unos centros donde convivían todo tipo de presos en un mismo espacio a otros, como La Torrecica, que los clasifica.
Fundamental fue en los ochenta el hecho de confirmar a los centros penitenciarios como espacios encaminados a la reinserción social. «Se confía en modificar la conducta delictiva del interno a través de un tratamiento donde intervienen todo tipo de profesionales, desde médicos hasta psicólogos, asistentes sociales, educadores o monitores».
La prisión albaceteña fue moderna en sus orígenes. Sin embargo, ahora difiere de los nuevos centros penitenciarios. El reto del director y de sus funcionarios es adaptarse a las circunstancias con los medios disponibles, de ahí que en breve vaya abrir sus puertas el Centro de Inserción Social (CIS) o que cuenten con aulas de informática que no se contemplaban en el proyecto inicial.
El CIS permitirá cuando se inaugure -está prácticamente terminado- que todos aquellos reclusos en situación de semilibertad -unos 80- pasen a estas instalaciones, dejando de ocupar espacio en la propia cárcel.
Tanto se ha adaptado La Torrecica a los nuevos tiempos que la crisis ha tocado de lleno a su sistema productivo. Como todos los internos pueden tener una televisión en la celda, el cine y el salón de actos se transformaron en un taller, en el que una empresa de componentes de persianas empleaba a 35 presos. Como ocurre fuera de las rejas, la recesión económica acabó con esta iniciativa. El centro está viejo, pero impecable, porque son los propios presos quienes colaboran en todas las tareas de mantenimiento. Su trabajo, por el que cobran entre 300 y 400 euros, está en la panadería, en la cocina, en la lavandería o en la pintura y limpieza.
En algunas celdas están, literalmente, como piojo en costura. De todas formas, algo tendrá La Torrecica que la diferencia de las demás. Y es que al centro penitenciario llegan condenados de fuera de la provincia, sentencia en mano, para ingresar de forma voluntaria.
Los ochenta presos que están en grado semiabierto llevan otra vida diferente al resto. Hay tres modalidades. Están los que pueden salir a la calle para realizar cursos de formación o entrevistas de trabajo; los que trabajan fuera y regresan entre las nueve y las nueve y media de la noche para dormir y los que llevan una vida totalmente normalizada, con una pulsera que controla su libertad, es decir, que comprueba que estén a ciertas horas en sus casas.
SUS HABITANTES
338 presos en el centro, la mayoría en celdas ocupadas por dos personas, pero también hay pequeñas habitaciones con cuatro y hasta con cinco y seis internos.
80 en régimen abierto, 47 de ellos controlados a través de medios telemáticos, con pulseras.
19 mujeres. Si quieren estar con sus hijos menores de 3 años tienen que ser trasladadas porque Albacete no tiene módulo de madres.
La Verdad (Albacete)_________________________
(ACONSEJADO)
La Cuba de los Castro es democracia que deja salir y entrar, convoca elecciones libres, hay libertad de expresión y en las cárceles sólo viven delincuentes ...
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